maltratada y malherida,
olvidada en la ignominia que te daña,
que destruye y profana.
A ti dadora de vida,
escucha la voz de los olvidados
de los que sufren la barbarie
de poderosos
que viles te explotan,
apelo a los espíritus
que integrados en tus entrañas
son fuerza y uno contigo.
En la altitud de las montañas
en la inmensidad de los mares
en la extensión de tus desiertos,
en el fluir de tus rios.
A tí sagrada tierra
que pese al desprecio,
sigues regalando tus dones.
¡¡Aguanta madre!!
No muy lejano,
llegará el tiempo,
se girarán los ojos,
desagraviaran el desplante.
Volverán todos a ti,
como hijos pródigos.
Davinia Infante.
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